Había una vez una mujer en la cima de su carrera corporativa. Había trabajado sin descanso para llegar a su posición actual, liderando proyectos de alto impacto, con el respeto de sus colegas y un futuro prometedor. Sin embargo, una noche, después de una importante presentación donde había recibido un aplauso de pie y una promoción, algo dentro de ella cambió. Empezó como una sutil pero inquietante sensación de vacío. Un susurro en su mente se repetía, apenas audible al principio: *"No eres suficiente para esto..."*
Decidió ignorar la voz, pero no se fue. Al contrario, empezó a dominar sus pensamientos. Comenzó a cuestionarse sus decisiones, a evadir reuniones importantes, y a esconderse de sus jefes y líderes de la organización. Las noches eran aún peores. Frente al espejo, veía una versión distorsionada de sí misma: ojos apagados, sonrisa rota. Su reflejo parecía devolverle una mirada que decía que su éxito no era real, que tarde o temprano sería descubierta como una farsa.
Fue entonces cuando sus colegas notaron el cambio, pero ella rechazaba su apoyo, alejada y cada vez más encerrada en su mundo. Finalmente, una noche soñó que estaba en la sala de juntas más importante de la compañía, frente a los directores. Cuando abrió la boca para hablar, no salió sonido alguno. En su lugar, escuchó risas burlonas, y entre la multitud se levantaba una figura oscura y familiar: ella misma. La figura avanzó hacia ella, mirándola con una sonrisa inquietante y susurrando: "Este no es tu lugar. Nunca fuiste suficiente."
Despertó sobresaltada, con el corazón palpitando, el eco de esas palabras persiguiéndola en la oscuridad de su habitación. Fue en ese momento, con el miedo todavía fresco, que comprendió la verdad: aquella figura que la atormentaba no era más que su propio reflejo, su miedo a brillar y a alcanzar el éxito. Era la parte de ella que había aprendido a rechazar sus logros, a sabotearse, creyendo que el fracaso era inevitable.
Al comprenderlo, decidió no ceder al autosabotaje. Día tras día, empezó a enfrentar sus miedos, reconociendo sus logros y aceptando su propio potencial. Con cada paso hacia el éxito y la autocompasión, esa figura oscura se desvanecía un poco más, hasta que finalmente, desapareció.
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Con amor,
Anabell
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